marcel duchamp
cinco bicicletas
tú
que hábilmente has trocado
en ingenuidad
esa necesidad terrera
mira las ruedas girar
enniqueladas
y el metal engomado
frío e indiferente
crujir de guijarros
del aire que te sostiene
admiro la devoción
una
cuando misturo cajones de
distinto tamaño
las hojas desprendidas
buscan con la mirada
el árbol a lo lejos
salando de cristales la
humillada
venero fue y avergonzadas
los brazos se revuelven en
los cuerpos
cuando la quietud se
balancea en rocas
dos
despeñada de mí la nube que
madura
entre la hierba
una caricia firme o desmedida
un puente que tus labios
salivan
deshecho en faralaes
turbio y ronco de malezas
tú que corres
a mostrar en la cortina
los élitros brillantes de tu
vientre
asomada a la risa delgada de
las horas
le falta un diente al
blancor de tu pecho
para hincar de luz tanto
silencio
tres
cien arrugas que al hueco de
la mano
transpiran cetros
singladuras del mármol
un cielo conquisté en
desusado sitio
espada fui tendida en
cualquier sangre
al atardecer
mi largo capuz oscurecía
encendidas almenas
matacandela que a tus labios
llamaba
tenaz
rodrigón de tu tierno
aliento
cuatro
es en la escondida selva
donde pronuncias
tus tímidas sospechas
el semen que las baquetas
derraman
en la tensada piel de los
tambores
colibríes que ébrian un
viento que resbala
lejos de nosotros
yo
el más pequeño de todos
pegado al vientre de mi
madre
oyéndote llamar
hermana
he nacido con dos cabezas y
un único ojo
y es tal mi fealdad
que vomita en arroyos los
reflejos
de cada superficie y titila
quejosa
así el recogimiento como el
asco
que en mi boca aún bullen
rodando del mar por las
orillas
llevado de las olas
y con todo
encrestado
me muestra a los demás en
sus manos
y pocos se atreven a tocar
el pelo que me hirsuta
cinco
y todo es lluvia y lluvia y
el corazón arqueado de un
solo hombre
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